Notas

 

La formación de científicos sociales: Autonomía y democracia como desafíos histórico-sociales

 

The formation of social scientists, autonomy and social democracy as a historical challenge

 

Javier Maisterrena Zubirán 1

 

1 El Colegio de San Luis, Programa de Estudios Antropológicos.

 

Correo electrónico: jmaisterrena@colsan.edu.mx

 

 

Resumen:

El texto presente problematiza la responsabilidad histórica de los formadores en ciencias sociales y humanidades –quienes instruyen generaciones de estudiantes para  integrarlos acríticamente a la sociedad establecida– mediante la alternativa de contribuir a la constitución de la propia libertad de estudiantes y formadores que haga posible crear a su vez una sociedad libre; asimismo, esa formación para la libertad posible requiere hacerse en la política. Pero no en aquélla con la limitación intrínseca de la democracia representativa como espacio de sometimiento referida a la institución de la política electoral y de gobierno que se autonomiza y se nos impone a la sociedad y los individuos en su conjunto. La formación para ser libres requiere la política de la democracia como régimen, la cual invita y requiere la participación activa consciente y deliberada de todos: lectores, profesores y estudiantes en la política para crear sujetos y sociedades autónomas como proyecto.

 

Palabras clave: formación en ciencias sociales, autonomía, y democracia.

 

 

Abstract:

The text problematizes the historical responsibility of trainers in social sciences and humanities that teach generations of students to uncritically integrated into society established by alternative contribute to the constitution of the own freedom of students and trainers that makes it possible to create itself a free society. Also this training for freedom possible needs to be done in politics. But not one with the intrinsic limitation of representative democracy as a space for submission relating to the institution of electoral politics and government becomes autonomous and is imposed on individuals and society as a whole. Training to be free requires political democracy as a regime which invites and requires the active participation of all conscious and deliberate, readers, teachers and students in politics to create autonomous individuals and societies as a project.

 

Keywords: Training in Social Sciences, autonomy, and democracy.

 

Recepción: 9 de junio de 2015.

Dictamen 1: 23 de junio de 2015.

Dictamen 2: 9 de julio de 2015

 

 

La formación de científicos sociales: Autonomía y democracia como desafíos histórico-sociales

 

 

Reconocemos que la etnología tiene otra fuente importante: la constituida por la praxis social de los etnólogos. La praxis incluye una inmensa variedad de situaciones reales: desde los antropólogos servidores de las conspiraciones cesaristas, a los etnólogos de la crítica, la reforma y la rebelión; desde la antropología aplicada a los planes de cambio microcultural, a la utilizada en los esquemas revolucionarios de cambio estructural.

A. Palerm (1974, pp. 15-16).

 

El presente texto se apoya en la readecuación de una ponencia presentada para su discusión en la reunión de la Red Mexicana de Instituciones Formadoras de Antropólogos (Red mifa), ésta aborda la problemática actual sobre la inserción laboral de los antropólogos en el mundo contemporáneo. No obstante, las inquietudes, interrogantes y perspectivas que planteo resultan pertinentes para cualquiera de las ciencias sociales y las humanidades; más aún, puede entenderse como una invitación a la investigación multidisciplinaria con el resto de las ciencias que indagan sobre la realidad ambiental en donde se constituye la sociedad que vivimos y creamos. La intención es provocar al lector o invitarlo a pensar —no pretende demostrar nada “científicamente”— desde una perspectiva epistemológica y de pensamiento crítico que sale de los encapsulamientos teóricos.

            Iniciamos con ciertas preguntas para reflexionar sobre la potencial inserción laboral de los científicos sociales: ¿qué sabemos, qué podemos y qué queremos hacer? Y la correspondiente a ella es: ¿qué es lo que la sociedad necesita en lo cual requerimos realmente insertarnos?

He de insistir que en el momento actual —y desde hace algún tiempo, para ser honestos, desde antes de la formalización de la antropología como ciencia— ha habido una predominancia y centralidad de lo económico en la sociedad dominante. Claro que los antropólogos y científicos sociales, en la expansión económica del capital, han estado articulados o subordinados al campo propiamente político, el cual, a su vez, ha estado subordinado a lo económico. No es ninguna novedad lo que estoy afirmando ni descubriendo el hilo negro, sólo estoy puntualizando. A partir de aquí, me pregunto sobre la relevancia de lo que implica —o puede implicar— esta preocupación por la “inserción laboral” para las instituciones formadoras de antropólogos o de cualesquiera de las ciencias sociales y humanidades. Esa preocupación inducida tiene el contexto del requerimiento de información sobre el empleo de los futuros egresados por parte de la institución educativa nacional como prerrequisito para abrir algún tipo de formación académica universitaria. Esto presupone considerar “natural” que hay empleadores y que hay quienes son empleados por un cierto pago monetario; esto es, unos que dirigen lo que se hará, asociado con que tienen el dinero para pagar, y otros que ejecutan, atados a la necesidad del dinero para su sobrevivencia; es algo así como el mercado en escalera. No necesito demostrar que históricamente esta tendencia ha concentrado el dinero en unos pocos y ha agudizado la insuficiencia de la satisfacción de las necesidades vitales en otros muchos de manera expansiva y creciente. Tampoco hay necesidad de demostrar que directa o indirectamente en esta dinámica y en esta sociedad, los que tienen dinero, los empleadores, los dirigentes son quienes inducen las carreras que han de crearse para su beneficio y reproducción incuestionable. Bajo ese contexto, entiendo la inquietud de los formadores en ciencias sociales (y de los estudiantes mismos) de preguntarse ¿de qué vivirán los egresados que formamos? ¿Cómo le podrán hacer para garantizar el pan de cada día? Siguiendo en el tono de lo teológico: ¿le tendrán que vender su alma al diablo?

Según José Luis Fiori (cit. en Zibechi, 6 de febrero del 2015), los mercados internacionales “se parecen más a una guerra de movimientos entre fuerzas desiguales que a un intercambio entre unidades iguales y bien informadas &#91…&#93 Inspirado en el historiador Fernand Braudel, Fiori considera que estados y capitales actúan en esa guerra asimétrica como grandes predadores en la lucha por el control monopólico de posiciones de mercado, innovaciones tecnológicas y lucros extraordinarios”. Ciertamente, vivimos en una sociedad “dada” que, dicho sea de paso, la vemos expandiendo y fagocitando a otras sociedades con el respaldo o no de lo que conocemos y estudiamos los antropólogos, etnólogos y científicos sociales. Sobre esta sociedad hemos llegado a describir, registrar e interpretar con minuciosidad las condiciones del desarrollo, desempeño, funcionamiento y simbolismo, el cual hasta hemos denunciado. Al parecer, con esas acciones “científicas” —posiblemente sin quererlo— hemos contribuido a su repetición. Muchos de estos estudios, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, han servido para que gobiernos (nacionales o extranjeros) o empresarios (predominantemente corporaciones trasnacionales) controlen el país y las comunidades en función de sus intereses de extracción, despojo y explotación. Lo anterior por el evidente hecho de que son ellos los que tienen acceso privilegiado a los resultados que producimos. Dicha información les posibilita situarse (o mantenerse) en la cúpula de la disposición del dinero para dirigir el mundo. Puede ser que no —y esto nos puede servir de base para un debate—, pero creo que la suma de indagaciones en una diversidad de ámbitos de lo social así lo confirma.

Este es el mundo “dado”, pero hay otro mundo que está por hacerse en el “dándose”, que es el mundo donde se insertan también nuestros egresados y nosotros mismos como formadores. Está la posibilidad de crear mundos, como desde hace años vislumbraba Palerm, sea “desde un plan Camelot a la labor de un centro indigenista; desde un proyecto de desarrollo regional a una rebelión campesina” (Palerm, 1982). Ciertamente cada una tiene implicaciones diferentes para nuestros egresados, para nosotros y para la sociedad a la que pertenecemos.

Una de las preguntas que nos necesitamos formular es ¿qué sociedad queremos contribuir a conformar? Por un lado, podemos estar conformes y considerar que vivimos en la mejor sociedad posible y es en la que se integrarán nuestros egresados porque “no les queda de otra” o, por el contrario, podemos querer crear otra sociedad diferente, a nuestro modo, que sea más justa, libre y respetuosa de la diversidad en todos los planos. Esto es, podemos querer la misma sociedad o querer transformarla. A esta se añade otra duda que seguro la pueden preguntar: ¿podemos crear otra sociedad diferente? En caso de que no podamos, quiere decir que vivimos en una fatalidad insuperable y, en todo caso, aparece la pregunta ¿quién o quiénes pueden, entonces, crear o perpetuar la sociedad? Y ¿por qué dentro de esos “quienes pudientes” no estamos nosotros y los demás que tampoco pueden? En el caso de una respuesta afirmativa, invito al lector a continuar con la lectura.

En correspondencia formativa y de futuro al que se van y se podrán insertar nuestros estimados aprendices, nos necesitamos preguntar ¿qué tipo de estudiantes, egresados antropólogos o científicos sociales queremos formar? Serán acaso unos que estén debidamente subordinados, sometidos y adecuados al sistema social “dado”; obedientes de tal modo que desarrollen actitudes arribistas para estar arriba —o con los de arriba— en cuanto al acceso de dinero y decisiones, o tal vez (y éste es otro punto de debate) queremos estudiantes críticos (hasta de sí mismos) creativos y, sobre todo, libres.

La proyección implica la pregunta de dónde queremos estar nosotros en nuestros respectivos establecimientos académicos y si nosotros necesitamos y queremos, a su vez, ser congruentemente críticos, creativos y, sobre todo, libres. Ambas están debidamente articuladas con el tipo de establecimientos, instituciones y sociedades que estamos dispuestos y queremos contribuir a crear, críticas, creativas y, sobre todo, libres. Esta pregunta busca hacer explícita la consciencia sobre el sujeto y la sociedad que queremos ser para hacerlos ser y encaminar nuestro esfuerzo, oficio y actividades a ello.

A su vez, la sociedad “dada” en la que estamos, en sentido opuesto a la explicitación creativa y libre de nosotros, procurará hacernos como necesita que seamos, es decir, obedientes, para autopoiéticamente repetirse. Tomando nuevamente a Sibechi, las consideraciones de mercados como guerras de posiciones y de estados/capitales como predadores, y con base en la opinión de Fiori, inspirado en el historiador Fernand Braudel, “son más consistentes que considerarlos herramientas casi neutrales que pueden ser utilizadas por clases, razas, géneros y etnias en su beneficio. Posiciones de este tipo tienden a desarmar a los de abajo en este periodo en el que no pueden ni deben confiar en otra cosa que no sean sus propias fuerzas y capacidades” (cit. en Zibechi, 6 de febrero del 2015).

Ahí se sitúa la pregunta sobre la integración laboral. Lo podemos hacer sin pensar, sin poner en duda a la sociedad instituida sin problematizarnos, como cordero al matadero, o, por el contrario, lo podemos hacer de manera diferente, autoalterándonos y alterando los establecimientos universitarios y académicos en los cuales nos desempeñamos. En síntesis, la formación que brindamos y la inserción potencial de nuestros egresados tiene que ver y está articulada con la sociedad en que vivimos y con la que queremos crear y estamos dispuestos a hacerlo: sea la “dada” en repetición o la “dándose” en transformación corresponsable por quienes explícitamente así lo queremos.

¿Formamos hombres libres que conforman las condiciones de la constitución de su propia libertad? ¿Queremos hacerlo? ¿Podemos hacerlo? ¿Consideramos necesario e imprescindible hacerlo? O, por el contrario, de una manera socialconformista, consumista y colonizadora, preferimos y consideramos más fácil someternos ¿al mercado?, ¿a la burocracia gobernante?, ¿a la educación instituida? y que los estudiantes repitan al infinito este esquema y modelo. ¿Será que “no nos queda de otra”? ¿En qué consiste y dónde se sitúa y sustenta esta fatalidad?, ¿será que es el único mundo posible de darse y no hay ni puede haber otro distinto y obligatoriamente tenemos que contribuir a reproducirlo y a formar generaciones para que también contribuyan a ello?

Sin lugar a dudas, cualquiera de nuestros egresados brillantes o grises puede contribuir a esa lógica del plan Camelot (aludido por Palerm) como plan de contrainsurgencia a hacer y facilitar el despojo, la explotación, la represión o el desprecio más llevadero, más eficiente, más cínico o más inhumano para el mejor situarse de los que están arriba; sea por los gobiernos o las empresas o las ong que los contratan y les pagan su salario para que puedan comer, vestirse, tener casa y vivir (regresando a lo teológico) vendiendo su alma al diablo por un mendrugo de pan.

Don Pablo González Casanova, en su libro Las nuevas ciencias y las humanidades, de quien retomo esta idea de la bifurcación sistémica que he intentado plantear, describe lo que denomina “complejo-científico-militar-industrial” articulado a las grandes corporaciones trasnacionales y, en su oposición, alude a la caótica y atomizada resistencia que el mismo autor intenta invitar a su articulación y organización antes de que desaparezca el mundo por la potencial depredación de los primeros. En mi opinión, no hace falta engañarnos; lo que nos hace falta es definirnos y hacer las cosas de manera coordinada, reflexiva y libremente para crear el mundo que queremos.

A mí no me gusta cómo está organizada esta sociedad y me considero en la obligación y el derecho de poner todo mi empeño en que ésta pueda llegar a ser diferente, que pueda participar en decidir cómo organizarla al lado de otros que, como yo, lo quieran hacer, organizada por nosotros mismos, los que estamos aquí y los que no lo están, los que leen este artículo y con quienes lo comentan. Que todos juntos podamos opinar y decidir qué hacer y cómo hacerlo y poder ponernos de acuerdo para que lo que no es, sea. Como afirma Castoriadis (2013: 148), “Deseo que el prójimo sea libre, pues mi libertad comienza allí donde comienza la libertad del otro y que solo, no puedo ser más que un <<virtuoso en la desgracia>>.” Subrayo que la libertad no es a pesar o en contra del otro, sino que inicia precisamente en y con la libertad del otro; es decir, sólo puedo ser libre yo si el otro también es libre. Necesitaremos crear una sociedad libre porque tampoco puede haber sujetos libres sin sociedad libre, ni sociedad libre sin sujetos libres; estamos intrínsecamente implicados. Tampoco ninguno puede ser libre de una vez y para siempre como un absoluto. No obstante, continuamente podremos estar siendo libres en devenir. Por ello, invito a partir de este espacio editorial a avanzar desde hoy y aquí a intentar ese proceso nanométrico de ser un tantito más libre yo-tú-nosotros. Necesitamos hacerlo en congruencia y en diálogo explícito con nuestros estudiantes que serán egresados y con la gente con la que interactuamos en sociedad. A lo mejor no tenemos tiempo o no nos damos el tiempo necesario para hacerlo y pasivamente esperamos que sean otros los que lo hagan “quién sabe cuándo”.

Necesitamos superar la inercia académica de la separación entre teoría y hacer; realizar lo imprescindible para articularlos en la praxis, de lo contrario el conocimiento, la libertad, la vida y los cuerpos —nuestros y de los otros— se irán subordinando a ese complejo-científico-militar-industrial, a esa cúpula del dinero y a los que mandan desde arriba con dinero.

En ese sentido, no sólo no es relevante que los egresados se integren o no a lo laboral, lo central es que lo rompan, que lo re-inventen, que logren crear formas nuevas, imaginadas o no imaginadas, autónomas de organizarse, de crear y de ser libres por ellos mismos con la gente.

El futuro no existe predeterminado, más bien hay que inventarlo y crearlo con la praxis, y en ese espacio de lo pensado no sabido es donde anida la libertad. No les neguemos de antemano, con teorías importadas, la libertad a aquellos con quienes interactuamos y formamos. ¿Qué sentido tiene hacerlo? ¿qué tiene de positivo cortar las alas para mantenerlos enjaulados en el sistema que puede no gustarles como a mí, a ustedes, a nosotros?

La posibilidad de futuro está en manos de los estudiantes, pero también está en las nuestras si las entrelazamos con libertad y con responsabilidad cambiándonos, autoalterándonos, siendo diferentes y actuando diferente en y con la praxis “verdadera”,[1] estableciendo nuestras propias normas, estableciendo explícitamente por nosotros mismos nuestros propios límites necesarios para que ellos y nosotros (todos, pues) seamos libres, incluso —y en particular— del yugo del dinero que nos somete a la obediencia de los dirigentes del dinero y la burocracia.

Ese concepto de integrar —al mercado laboral— es algo más que encuadrar o eufemísticamente brindarles la oportunidad; parece más bien que se trata de “encerrar” a nuestros egresados para que desde jóvenes se sometan al “no me queda de otra”, a la situación dominante, vigente del sometimiento laboral conceptualizado como inserción. Sugiero una actitud y disponibilidad responsable a los lectores de crear condiciones para que aprendan a ser libres, en un establecimiento también libre, en y con las profesiones imposibles (el psicoanálisis, la educación y la política) que implican, requieren y exigen que nosotros hagamos a su vez el esfuerzo de ser libres con ese otro en el cual inicia nuestra libertad y haciendo a su vez una sociedad libre.

Siendo libres como proyecto, como estar siendo, nuestros egresados y estudiantes podrán sobrevivir libremente de cualquier manera, sea como taxistas, taqueros, vendedores ambulantes, campesinos, obreros, barrenderos o los lavabaños de los intocables, como planteaba Gandhi o como revolucionarios antisistémicos, y por supuesto, ¿por qué no?, como profesores universitarios, que con sus habilidades contribuyan a la creación de una sociedad libre en la cual, si así hacemos, también estaremos contribuyendo nosotros desde nuestros pequeños y aislados espacios a crearla libre.

O acaso queremos que estén cínica y acríticamente contribuyendo como asesores del proyecto Camelot de contrainsurgencia o para el complejo-científico-militar-industrial para utilizar y reproducir la sociedad de repetición dominante con los corporativos trasnacionales o gobiernos corruptos y represores; propiciando y expandiendo la desigualdad social por un sueldo relativamente más elevado que les subsana el confort en la sociedad conformista y consumista. O tal vez queramos egresados ignorantes y sumisos que laboran en cualquier entidad como fuerza de trabajo más o menos calificada, como simples burócratas, administrativos u operarios que procuran solamente en su individualidad la reproducción biológica del particular, sin ver más allá de las condiciones sociales en las que, ajenos a la praxis “verdadera”, participan acríticamente y, sobre todo, ajenos a la responsabilidad histórico-social que tenemos para crear una realidad social diferente y sobre todo, autónoma como proyecto.

El desafío que tenemos aquí y ahora consiste en crear una realidad social a nuestro modo y nuestro momento y proceso de devenir siendo libres. Una sociedad creada por nosotros mismos, que nos permita ser libres, que nos promueva ser libres. Una sociedad con instituciones que puedan ser modificadas por nosotros mismos para que, en devenir, éstas contribuyan y posibiliten ir haciéndonos libres y, así, vayamos siendo libres como proceso permanentemente inacabado.

Para este momento, en mi opinión, resulta evidente que para posibilitar esa creación de sociedad, necesitamos hacernos a un lado del campo económico-laboral y pasarnos al campo de la política. Política no reducida a lo electoral representativo ni a lo clientelar, sino en específico sobre la participación en la política en el sentido pleno del término.

 

La historia del mundo no está de ninguna manera santificada —y más bien podría ser condenada—, por el hecho de que haya desechado otras historias efectivamente posibles. Éstas tienen tanta importancia para el entendimiento como la historia “real” &#91…&#93 Restaurar, restituir, re-instituir el cometido auténtico del intelectual en la historia es, antes que nada, restaurar, restituir, re-instituir su función crítica (Castoriadis, 2008, p. 83).

 

Tomo como punto de referencia una discusión del momento, la “elección” entre votar y no votar, que es un falso dilema. La dimensión propiamente política no puede reducirse al nombramiento representativo ni a lo clientelar con el que está intrínsecamente articulada. Considerarlo así, es como matar a la política; es empequeñecer al hombre, al ser humano que somos tú-yo-nosotros a algo más inmóvil y frágil, como si fuera un muñeco de porcelana. Es una caricatura y mala; además, emula y oculta mañosamente. Es algo así como la diferencia entre estar vivo o ser un cadáver. En una —en la política— implica el involucramiento consciente, reflexivo, deliberativo y hacedor de nosotros como humanos: a eso se le ha denominado praxis, la que menciona tanto el epígrafe de Palerm como la “verdadera” que se plantea en la nota al pie de Castoriadis. Lo otro, que se le denomina democracia liberal representativa, reducida y restringida al voto, resulta ser pasivo y apaciguante, inmovilizante y dependiente. Consiste en que por medio del mecanismo de las urnas, el individuo regala la potencialidad propia al otro, simbólicamente mediado por una boleta depositada en una caja mágica.

Es algo así como aceptar e involucrarse en esas creencias de que el elegido es electo, selecto, experto y profesional en la política. Con ese acto de fe, nos negamos a nosotros mismos esa potencialidad de hacer la sociedad que queremos; le transferimos la capacidad hacedora a un sujeto que no nos conoce ni le interesamos. Lo que le interesa es escalar y acceder al poder mediante ese acto de magia en el que le transferimos nuestra autonegada capacidad de hacer, para que él pueda ufanarse de que desde el poder “puede hacer” y que nosotros fuera del poder “no podemos hacer nada” (¿no-nos-queda-de-otra?) y que si algo podemos hacer, lo podremos hacer gracias a él y a su intervención supuestamente poderosa y generosa. Es posible que no veamos nada de eso en el simple voto que emitimos, por eso es magia, porque es invisible y las creencias, dicen por ahí, “hacen milagros”. Y si yo-nosotros creemos que es así, así será, y actuamos en consecuencia sin darnos cuenta que no nos damos cuenta, inconscientemente. No obstante, así lo hacemos y fortalecemos el poder del poder; ese poder articulado con el complejo-científico-militar-industrial con el simple ejercicio de votar. De este modo, aunque mi candidato no salga premiado en la rifa, mi creencia sobre el poder del poder sigue vigente y me subordino al que fue electo precisamente porque fue electo y creo (con fe) en ello. Se trata de un sistema y una institución que se autonomiza y nos impone sus dinámicas y nosotros —gustosamente o no— nos sometemos a ellas. “Creer” de credibilidad, de fe, que votar es necesario, indispensable o que ayuda al cambio, me parece algo ingenuo. Nuestros ancestros de las generaciones de antropólogos y científicos sociales en México así lo creían y se hacían funcionales a esas burocracias elegidas en turno.

La diferencia de la “verdadera” política es que el cambio o lo hago yo-nosotros o no se hace porque el otro desde el poder —aún siendo el santo ateo papa Francisco— no lo podrá hacer porque forma parte de la institución y del sistema y no puede ser de otra manera porque es por ella misma que existe, que ascendió al poder y es, como tal, “el elegido”, no por diosito mismo, sino por nuestro sacrosanto voto. Esto es, el que sube al poder del poder necesita repetirse y repetir el sistema y la institución para poder existir como lo que es o dejar de serlo. Sirva de ejemplo que ni Cárdenas ni Chávez transformaron las instituciones, sino que las consolidaron al instituir un poder desde arriba que fue usado autopoiéticamente por el sistema para reproducirse en su desigualdad y heteronomía instituida. Claro, podrán argumentar que lo hicieron siendo menos desiguales; pues sí, por eso se les guarda estima y se les hacen monumentos (aunque los caguen las palomas) o se les momifican. Pero muerto el perro, se acabó la rabia y se perpetua para permanecer y repetirse, lo instituido de la institución que hace que unos decidan y otros ejecuten, sea por dinero o, por poder o por ambas.

Entonces, si algo de lo que he dicho se ha entendido: el camino para cambiar de sociedad en la política no se reduce ni es el mismo camino mágico del voto en la boleta electoral, sino otro, muy otro, distinto al del camino cómodo y fácil de ese papelito que significa uncir de poder al elegido que luego se nos impone y nosotros mismos, en tanto manifestamos nuestra creencia, limita nuestros haceres o nos subordinamos asalariadamente a sus designios y deseos. Esa forma representativa de hacer política bloquea nuestra praxis de lo que libremente podríamos hacer, algo muy diferente a nuestro modo en una democracia como régimen.

Podemos comenzar a hacer un juego diferente, un juego de un mundo donde quepan muchos mundos. Un juego de la democracia como régimen y no exclusiva ni supuestamente representativa de unos representantes que sólo se representan a sí mismos. Pero ahora no importan los otros, los políticos pseudoprofesionales que pueden ser santos o criminales. Lo relevante en esa acción de votar (que en realidad es un no hacer) consiste en que releva nuestro compromiso directo y creativo de hacer y de praxis para nosotros mismos de poder crear una sociedad diferente. En esta coyuntura ¿dónde están nuestros aprendices, egresados y nosotros mismos?

Podemos afirmar que lo que está en apuesta es la historicidad nuestra y de nuestros estudiantes y egresados. Tanto la política electorera y pseudorepresentativa como el académico aséptico de la política parecen consistir en ver pasar la historia como mero espectador pasivo, como un turista-consumista y conformista que va de viaje, como un etnógrafo observador que se limita a ver el paisaje, sin involucrarse, sin ensuciarse las manos, sin arriesgarse a equivocarse, tan sólo juzga lo que observa. Se limita a pagar únicamente su boleta o libreta de pasaje y el hospedaje vip de tal modo que el que mandará se encargará de todo, aunque llegue a ser injusto e incorrecto. Mientras “no me toque a mí”, no me afecta, así lo cree el comodino turista o el profesional etnográfico. Pobrecitos de los peones, los de abajo, pero son necesarios para mantener en buen estado el tránsito de turistas, mientras no hagan ruido ni se quejen o importunen la individualidad subjetiva y atomizada del turista, y al etnógrafo la paga o beca para su supervivencia. Por eso, tal vez no queramos que nuestros egresados se “rebajen” a esa despreciable condición de marginados, pobres y despojados (no obstante, lo son, como nosotros también lo somos). Nosotros, situados en cierto estatus dentro de ese plan Camelot de contrainsurgencia, estudiamos a esos peones ejecutantes para que puedan ser mejor controlados y no se alebresten. Así, como turistas sociales, pasamos la vida sin vivirla, sin hacerla, sin ser, ni hacernos, ni creernos, ni asumirnos responsables de nuestra historia. Historia que, si acaso, sólo la vemos transitar por nuestras narices y la traducimos en textos blanco y negro. Negamos con ello y por nosotros mismos, con el boleto-voto o con nuestros certificados universitarios, nuestra historicidad articulada con la praxis.

El turismo, los deportes y la educación son instituciones aleccionadoras de la política pseudodemocrática y pseudorepresentativa en que vivimos. Es posible que gracias a ello las instituciones las tengamos tan interiorizadas que las sintamos como de nuestro propia corporeidad. “Así es el mundo” dice nuestro turista futbolero y considera que en lo posible habremos de disfrutarlo de manera confortable, consumista y conformista rascando los mejores privilegios que podamos, a imagen y semejanza de los gobernantes que, supuestamente, fueron electos en las boletas o de los magnates que democráticamente, mediante el despojo, obtuvieron sus riquezas.

La supuesta democracia representativa se sitúa precisamente en esa confortable distancia entre el ver hacer al otro y el hacer propio. Presupone e implica la autonegación como hacedor que es el espacio de la repetición de ese complejo-científico-militar-industrial. Es un poco como la fantasía (que tienen tanto el turista como el aficionado futbolero y posiblemente también nosotros como etnógrafos) de imaginarse o proyectarse como dirigente que observa y supervisa a los que ejecutan (algo así como el que manda mandando pero sólo en su pobre, restringida y reducida imaginación). Esa actitud pasiva está asociada a la paradójica creencia de que “yo-no-puedo-hacer-nada” y “no-me-queda-de-otra” ¿le quedará esa frase a nuestros egresados? ¿a nosotros mismos? Que ante la frustración que se asume como “no-poder-vivir-su-vida-historicidad” resulta en un autodesprecio y una autodesvaloración que tiene como compensación el confort consumista combinado con el inmovilismo, la apatía y el sinsentido. Algo parecido al “soma” del Mundo feliz, de Huxley. Repito, es algo tan patético como los muertos vivientes o, lo que es lo mismo, los vivos muertos. Es la autoconstatación y autoidentificación del atomismo individual, del yo en soledad, aislado y separado que me limito a ver, a juzgar para mí mismo en los ecos de mi mismidad en donde mis opiniones se quedan en mí y si los transmito es tan sólo con un espejo idéntico a mí (en el mejor de los casos por escrito y con isbn) en su atomización y aislamiento no articulado ni articulable. Mis opiniones se quedan en mi alcoba, en mi cubículo, en mis publicaciones, como una opinión más, vana y vacía en sí misma hueca y carente de hacer, es decir, sin praxis, sin reflexión ni análisis colectivos y, consecuentemente, mucho menos sin coordinar acciones colectivas que hagan posible con ese hacer que las cosas, los otros y la sociedad libres sean. Se parece y se reduce a la opinión del televidente que observa el partido de futbol y despotrica críticamente sobre el desempeño de jugadores o del partido (ese sí, de la contienda por el poder del poder) ante los cuales, a semejanza del televidente futbolero, también despotrica críticamente según sus intereses y visiones pero en donde, a pesar de sus emociones, su hacer no existe, es nulo. Su cuerpo, como muerto viviente, permanece inmóvil y distante. Tan sólo como espectador en su aislamiento, ebriamente, verbaliza sin sentido.

Lo más relevante de todo es que en tanto meros observadores nos circunscribimos a los sillones donde nos sentamos, borrachos o no, y en igualdad de condiciones nos sentimos dioses que ponen en duda por igual a futbolistas, gobernantes y magnates; ante quienes nos encabritamos, hayamos votado por ellos o no, hayan obtenido el cargo de manera fraudulenta o legítima, lo realmente nodal es que no hacemos nada, ¿lo hacemos?, ¿lo podemos hacer?, ¿aquí y ahora?

En el mejor de los casos, los que aquí nos encontramos como escritores o lectores, como posible minoría crítica, ilustrada, pensante y comprometida, algunos, no todos, asistimos a las marchas; no obstante, si lo observamos, en la mayoría de ellas es para pedirle al gobierno que se comporte como nosotros quisiéramos que lo haga, algo así como el porrista al equipo. Creemos que el gobierno lo puede hacer y que al gobierno le toca hacerlo. No vamos para hacer que las cosas se hagan sino para que el gobierno las haga, reconocemos al gobierno aunque no nos guste, le otorgamos el poder del poder. Hacemos evidente nuestra creencia mediante nuestras consignas y demandas en donde exigimos que es a ellos a quienes les toca hacer y no a nosotros. Les toca a los que salieron electos, a la burocracia o a la plutocracia. A nosotros sólo nos toca pedirles. Aunque lo hagamos con enojo, con gritos y espavientos, les conferimos una devoción de que son ellos los que tienen el poder y de que mandan mandando. Ya sólo nos faltan las veladoras; algunos ya las han empezado a colocar. No obstante, coincido, hay que hacerlo, tal vez de inventadas maneras, pero ciertamente no reducidos sólo a eso, no es suficiente.

Nuestro cuerpo, que es nuestra mismidad, no se adueña de la situación, no se mueve, no nos hacemos responsables de la sociedad que vivimos ni de nuestra autonomía como proyecto. Nos restringimos a esperar a que ellos, el gobierno y los supuestamente políticos profesionales, supuestamente representantes nuestros, lo hagan. Lo creemos aunque repetidamente confirmamos que ellos hacen lo que les da su gana y sólo lo que les da su gana y les conviene hacer para repetirse como chapulines de candidatos. Políticos que para permanecer siguen atentos, eso sí, a los que mandan más arriba con el poderoso caballero don dinero.

Yo quiero que mi voz y de ustedes, de cada uno, se escuche, y pensar y reflexionar y debatir y deliberar colectivamente, decidir por nosotros mismos qué es lo que necesitamos y queremos hacer y la manera de hacerlo. Hacerlo coordinando acciones, no solamente verbalizándolo (como en este texto lo hago, porque también considero que hay que hacerlo, a pesar de que no es suficiente). Crear las condiciones para deliberar y decidir lo que es necesario hacer para tener una sociedad autónoma en devenir. Que el gobierno gobierne obedeciendo la decisión de todos. Que el gobierno sepa que lo que tiene que hacer es lo que dijimos, pensamos, reflexionamos, debatimos, deliberamos y decidimos todas y todos. Así dicen los antiguos que es la democracia, desde los griegos y los mayas. Dirá alguno, es algo que no está hecho ¡Cierto! Es algo que necesitamos hacer, en lugar de ponernos a jugar a la supuesta democracia electoral de los supuestos expertos políticos.

No obstante yo, en mi soledad y aislamiento no decido, ni puedo hacerlo, sobre qué es lo que hay que hacer; permanezco como el espectador turista, del futbol o etnográfico. No puedo hacer nada si estoy separado de mis vecinos, de mi barrio, de mis estudiantes, de mis compañeros, de mis lectores, de mi sociedad. Lo primero que tenemos que hacer es arrimarnos, acercarnos a hablar, decir nuestra palabra y escucharnos. Este espacio editorial es una posibilidad. Hagamos muchos foros articulados con los estudiantes y con los egresados por todos nuestros mundos que lleven al hacer en praxis y se concreticen en acciones creadoras de instituciones y de sociedad.

Si no aprendemos y no nos enseñamos a hacer la democracia como régimen, la democracia posible con nuestra participación y compromiso directo, a hacerla de manera libre y responsable, no la haremos y tampoco será. Esa democracia no caerá del cielo, no la traerán los políticos de los partidos que supuestamente nos representan porque ya no podrían seguir argumentando esa coartada y perderían sus privilegios. Podemos imaginar que tanto ellos como burócratas o plutócratas se opondrán.

La sociedad en este sistema pseudodemocrático y pseudorepresentativo se ha ido haciendo o, mejor dicho, la hemos ido haciendo para que se repita a pesar y sin tomar en cuenta a los seres humanos que somos (tanto los privilegiados como los excluidos) sino que se autoreproduce autopoiéticamente como institución instituida por sí misma; se autonomiza y se nos impone, no es un asunto de personas buenas o malas, cínicas o generosas, santas o diabólicas, devotas o ateas, sino de lo instituido a pesar y en contra de la gente diversa que lo hacemos posible e, inconscientemente, contribuimos a que se repita. Lo instituido lo puede hacer con la menor participación social posible, con la sola circunstancia de mantener los privilegios de unos (plutócratas y burócratas) y la impotencia (de-considerarla-como-la-única-vía) de los otros, quienes, al interior de la institución instituida, se articulan para conservarse los primeros en la cúpula de las decisiones verticales de mandar mandando y los otros abajo en la base de ejecutar obedeciendo con rabia o sumisamente por la reproducción del particular con un ingreso pecuniario sustantivo o miserable.

¿Cómo romper o trastocar esa inercia aplastante de lo instituido? ¿Cómo hacerlo desde aquí y ahora que es nuestra coyuntura específica? ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo coordinar nuestras acciones en libertad y por la libertad como proyecto? ¿Cómo estar siendo en devenir, para que sea posible esa misma libertad y crear un instituyente nuevo a nuestro modo que pueda ser a su vez cambiado por nosotros mismos cuando así lo queramos o lo consideremos necesario?

Necesitamos aprender a ser libres, autoenseñarnos a enseñarnos a ser libres como proyecto, como tránsito, como avance pequeño o grande, para que tanto yo como el otro, los estudiantes y egresados vayamos siendo libres, capaces de crear una sociedad libre y verdaderamente democrática en donde el pueblo y nosotros como pueblo mandemos y el gobierno explícito obedezca. El inicio puede gestarse a partir de este pequeño grupo y en este momento, por eso necesitamos reflexionar, debatir y deliberar hasta llegar a acuerdos que conduzcan y coordinen nuestras acciones para hacer que exista y sea lo que aún no es: una democracia verdadera como régimen. Si no llegamos a interconectarnos para lograr acuerdos, el encuentro se esfumará y disipará en la bruma sin lograr nada más que un recuerdo en la memoria, con la sensación de que pudo haber sido un sueño que no llegó a ser. De nadie más que de nosotros depende que esto sea posible. ¿Queremos que nuestros alumnos se integren al mercado laboral como está establecido o los queremos libres creando una sociedad y un mundo a su vez libre? Nuestra decisión implica que nosotros mismos hagamos los procesos en congruencia: sólo con autonomía se puede crear autonomía en devenir.

Como he intentado insistir, lo central no se reduce a la inserción en la vida laboral “dada” sino que se amplía a la vida propiamente política, a la de hacernos corresponsables de nuestra sociedad y comunidad, a la de participar por el bien común, a la de la historicidad del “dándose” de nosotros como creadores de historia, de constituirnos como seres humanos creadores de sociedad e historia y responsables de ella. No restringidos a ser meros espectadores turísticos o futboleros o etnográficos de lo que acaece en nuestro mundo. Para ello, creo y sugiero, necesitamos ser creadores y conformadores de encuentros, reuniones, asambleas de conocimiento no reducidas a lo teórico ni a la exposición de lo “dado”, sino de reflexión, análisis, debates y deliberación que confluyan en haceres; esto es, en praxis concretas que con otros estudiantes, egresados, colegas, vecinos y sociedad vayamos transformando lo real, rompiendo lo instituido repetitivo y cristalizado y, en su lugar, ir creando instituyentes por nosotros mismos, verdaderamente democráticos, que hagan posible, contribuyan y se subordinen a posibilitar hacernos libres como proyecto, como tránsito, como devenir hecho por nosotros mismos, y bajo nuestra propia responsabilidad, y no de ningún gobernante por perfecto que parezca o pueda ser.

 

Lo que se requiere es más que una “reforma del entendimiento humano”; es una reforma del ser humano en tanto ser sociohistórico, un ethos de la mortalidad, una autosuperación de la Razón. No necesitamos a algunos “sabios”. Necesitamos que la mayor cantidad posible adquiera y ejerza la cordura, lo que a su vez requiere una transformación radical de la sociedad como sociedad política, instaurando no solamente la participación formal, sino la pasión de todos para los asuntos comunes. Ahora bien, lo que menos produce la cultura actual es seres humanos sensatos.

—¿Qué quiere entonces?, ¿cambiar a la humanidad?

—No, algo mucho más modesto: que la humanidad se cambie a sí misma, como ya lo hizo dos o tres veces (Castoriadis, 2008, p. 72).

 

Repito, lo más relevante por hacer es lo siguiente: reunámonos, reflexionemos, discutamos y decidamos qué hacer y hagámoslo, para ser libres y para crear una libertad como proyecto para uno y para todos y para la sociedad, eso es praxis “verdadera”, es darnos la oportunidad de vivir la vida creándola a nuestro modo. Eso nadie lo puede hacer en lugar de nosotros.

No se trata de aprender a hacer esta “antropología” o “ciencia social” para poder tener un “empleo” e insertarse en el mercado de trabajo o mundo laboral con un salario más o menos bien remunerado. Esta posición implica subordinar la formación de las nuevas generaciones a esa institución del mercado o a esa institución de la burocracia en esta sociedad desigual dominada por el dinero del complejo-científico-militar-industrial o a los planes Cámelot de contrainsurgencia.

Creo que podemos y necesitamos formar antropólogos y científicos sociales para poder ser libres, ellos y nosotros, en una sociedad también libre en la que puedan subsistir de aquello que puedan y quieran aportar a los demás incluido, por supuesto, saber hacer antropología y ciencia social, pero hacerlo de manera integral, y no separado atomística y mercenariamente ni reducido por un salario pecuniario para servir a las burocracias en turno, a las plutocracias o a los corporativos transnacionales.

 

Referencias bibliográficas

 

Castoriadis, C. (2008). El mundo fragmentado. La Plata, Argentina: Terramar.

Castoriadis, C. (2013). La institución imaginaria de la sociedad. Distrito Federal, Mexico: Tusquets.

González Casanova, P. (2004). Las nuevas ciencias y las humanidades. De la academia la política. Barcelona, España: Anthropos.

Palerm Vich, A. (1982). Historia de la etnología. Distrito Federal, México: Universidad Iberoamericana.

Zibechi, R. (6 de febrero de 2015). Mira la realidad de frente para cambiarla. La Jornada. Recuperado de http://www.jornada.unam.mx/2015/02/06/opinion/019a1pol



[1] La praxis “verdadera”, en mi opinión, es la que plantea Castoriadis: “Llamamos praxis a ese hacer en el cual el otro, o los otros, son considerados como seres autónomos y como agente esencial del desarrollo de su propia autonomía. La verdadera política, la verdadera pedagogía, la verdadera medicina pertenecen a la praxis. En la praxis hay un por hacer, pero este por hacer es específico: es precisamente el desarrollo de la autonomía del otro o de los otros” (2013, p. 120).